
Durante años creí que enseñar consistía en acumular recursos, probar nuevas metodologías y mantener a los alumnos “motivados”. Era la receta más repetida en los cursos de formación y en las conversaciones de pasillo: innovación, creatividad, emoción. Y, sin embargo, algo no cuadraba. Había días en que las clases parecían un espectáculo sin público. Días en que el esfuerzo era inmenso y el aprendizaje, mínimo. Fue entonces cuando comencé a hacerme una pregunta incómoda:
“¿Y si muchas de las cosas que damos por ciertas en educación… simplemente no lo son?”
De esa duda —y de muchos tropiezos posteriores— nació Enséñame a enseñar: Una historia real de ensayo, error y evidencia, publicado por Graó. No es un manual ni un tratado teórico. Es, más bien, una confesión pública: el relato de un maestro (¡presente!) que durante años hizo lo que creía mejor, hasta que descubrió que la evidencia científica tenía mucho más que decir que cualquier moda pedagógica.
Mi aula fue siempre un lugar vivo: niños que preguntan, se distraen, se entusiasman y se frustran. Un espacio donde nada sale exactamente como lo planificas y donde la teoría, si no se aterriza, se evapora.
Cada capítulo de este libro parte de esa realidad cotidiana. No hablo desde la cátedra, sino desde la tarima. Desde las veces que creí tener una gran idea y resultó un fiasco. Desde el cansancio de los viernes, pero también desde la alegría de los pequeños progresos.
Porque enseñar, cuando lo haces de verdad, es una sucesión de ensayos y errores. Lo que cambia la historia es lo que haces con esos errores: repetirlos o aprender de ellos.
Cuando la evidencia entró en clase (y ya no salió)
Mi gran descubrimiento fue comprender que la investigación educativa no es un lujo académico, sino una brújula. Que detrás de cada intuición hay datos, y detrás de cada buena práctica, un fundamento que puede demostrarse.
Empecé a leer a Sweller, Kirschner, Willingham, Rosenshine, Hattie… y sentí la mezcla de vértigo y alivio que produce entender, por fin, algo que llevabas años buscando.
No, los alumnos no aprenden mejor “por descubrirlo todo solos”.
No, la motivación no precede al aprendizaje: aparece cuando comprenden.
Y no, la innovación no consiste en reinventar la rueda cada septiembre, sino en usar bien lo que sabemos que funciona.
“No hay método milagroso, pero sí principios sólidos.”
El libro cuenta cómo fui integrando esos principios poco a poco, sin dejar de lado la humanidad ni el humor. Cómo pasé de las frases bonitas a las prácticas efectivas. De las suposiciones a los datos. Y de la culpa al control: dejar de sentir que todo dependía de mi carisma o de la inspiración del día.
Si algo he aprendido en estos años es que los docentes compartimos un sentimiento común: la mezcla de pasión y frustración. Nos importa tanto lo que hacemos que, cuando no funciona, duele.
Por eso este libro no es un manual de recetas, sino una conversación entre colegas. Un relato honesto, a veces irónico, otras íntimo, que intenta poner palabras a lo que tantos sentimos: la necesidad de volver a enseñar con propósito.
En sus páginas hablo de mis primeros años, de las modas que abracé con fe ciega y de las conclusiones a las que llegué tras mirar los datos sin prejuicios. Hay humor (porque sin él la docencia sería inviable), hay autocrítica y, sobre todo, hay esperanza: la convicción de que enseñar bien se puede aprender.
Quiero expresar mi gratitud más profunda a Juan Fernández, amigo personal a quien quiero y admiro enormemente. Su inteligencia, su lucidez y su compromiso con una educación basada en la evidencia —pero también en la humanidad— son un faro para quienes seguimos creyendo que enseñar es, ante todo, pensar con honestidad. Su prólogo no solo engrandece este libro: le da sentido. Tener su voz abriendo estas páginas es un honor, pero sobre todo, un regalo de amistad y de respeto mutuo.
También quiero mostrar mi agradecimiento más sincero a Antonio Iván Rodríguez, amigo y compañero, por su talento, su generosidad y su infinita paciencia a la hora de dar forma visual a las ideas de este libro. Sus infografías no son solo un complemento estético, sino una auténtica lección de claridad: traducen la complejidad en comprensión, y el pensamiento en imagen. Iván no solo ha aportado su arte, sino también su amistad y su sentido del humor, haciendo que cada conversación y cada diseño fueran, además de un trabajo, un placer compartido.
Los tres ejes del libro
- Leer, escribir, pensar mejor.
La lectura y la escritura son el corazón del aprendizaje. No basta con motivar a leer: hay que enseñar a comprender. Y para escribir mejor, antes hay que enseñar a pensar. - Evaluar para mejorar, no para calificar.
La evaluación no debería ser un trámite ni un castigo, sino una herramienta para el aprendizaje. Aquí exploro cómo el feedback puede transformar una clase si se ofrece en el momento justo y de la manera adecuada. - De la intuición a la evidencia.
A veces la docencia se parece a navegar sin mapa. La evidencia no elimina la incertidumbre, pero reduce el margen del error inútil. Y eso, en educación, es oro puro.
Cada sección combina anécdotas reales, referencias científicas y reflexiones que invitan a replantearse ciertas costumbres del aula. No es un libro que busque sentar cátedra, sino abrir conversaciones. En el fondo, Enséñame a enseñar es una invitación: a reconciliar la vocación con la evidencia, el corazón con la cabeza.
Lo que encontrarás (y lo que no)
Encontrarás historias reales, con nombres, experimentos que fracasaron y estrategias que funcionaron mejor de lo esperado. Encontrarás, sobre todo, honestidad pedagógica, algo que echo de menos en muchos discursos educativos.
Vivimos un momento extraño en la educación: sobran los eslóganes y falta claridad. Cambian los currículos, las leyes y las modas, pero los principios del aprendizaje humano permanecen. La enseñanza guiada por la evidencia no es una moda más: es un intento por devolver a la educación su rigor perdido. Por reconciliar la práctica diaria con la ciencia del aprendizaje. Y también por recordarnos algo esencial: que detrás de cada gráfico y cada meta hay alumnos reales, con nombre, voz y mirada. Enseñar con evidencia no es deshumanizar, sino comprender mejor cómo aprendemos todos.
Escribir este libro fue, para mí, una forma de cerrar un círculo. Cada página nació de una historia real, de un error convertido en aprendizaje, de un alumno que me hizo una pregunta que no supe responder. De una clase que se torció y acabó mejor de lo esperado.
El proceso de escritura fue también un ejercicio de humildad: revisar mis propias creencias, cotejarlas con la evidencia y atreverme a cambiar de opinión. Porque si exigimos a los alumnos que aprendan, nos toca aprender a nosotros también.
Para quién está escrito
Este libro está pensado para maestros y maestras de aula, para profesorado de secundaria, orientadores, equipos directivos y también para estudiantes de magisterio. Para cualquiera que alguna vez haya sentido esa mezcla de vocación y desorientación.
También para quienes sospechan que la educación puede hacerse mejor, pero no saben por dónde empezar. Y, por supuesto, para todos los que disfrutan leyendo sobre enseñanza no como un dogma, sino como una aventura humana. Si tuviera que resumir el libro en una sola frase, sería esta:
“No necesitamos enseñar más, sino enseñar mejor.”
Enséñame a enseñar no es la historia de un éxito, sino la de una búsqueda. Una historia de errores que acabaron teniendo sentido. Y, sobre todo, una carta de amor a la docencia: a ese oficio tan difícil como necesario.
Si alguna vez has salido del aula con la sensación de que algo no encaja, quiero pensar que este libro es para ti.
Si te emociona ver a un alumno entender de verdad algo por primera vez, quiero creer que también es para ti.
Y si crees que la educación puede (y debe) basarse en la mejor evidencia disponible, entonces estás en casa.
Publicado por Editorial Graó, Enséñame a enseñar: Una historia real de ensayo, error y evidencia estará disponible próximamente en librerías especializadas y ya está en la web de la editorial.