Icono del sitio El Mcguffin Educativo

MÁS CONFUSIÓN QUE CRITERIO: EL PROFESOR WAGSTAFF EVALÚA LA EVALUACIÓN

Será por la cercanía de las vacaciones de verano, será porque Groucho Marx siempre ha sido un referente artístico y vital para quien esto escribe, pero a lo lejos me parece escuchar sus palabras en boca de uno de sus alteregos, Quincy Adams Wagstaff. Guarden sus ofensas ante este pequeño artículo humorístico sin más intención que exagerar hasta lo grotesco, aspectos que, en algunos casos, tienen una buena defensa por sí solos. Pero… ¿quién se resiste a preguntarle al gran Groucho Marx qué opina sobre las diferentes modalidades de evaluación moderna que se nos proponen en la actualidad?

Por Quincy Adams Wagstaff, catedrático honorífico de Lógica Difusa Aplicada a la Educación Ilusoria

Mi querido lector: si en mi anterior disertación me permití ironizar con afecto sobre los delirios emocionales de cierta pedagogía con complejo de influencer, hoy, tras sobrevivir a una sesión de evaluación bajo el reglamento LOMLOE, debo advertirle que he alcanzado cotas de perplejidad que ni Kant en su Crítica de la razón pura. Y créame: yo he visto cosas que ni los replicantes de Blade Runner.

Evaluar sin saber qué se evalúa: el nuevo deporte nacional

¿Recuerda usted aquellos días remotos en los que se corregían exámenes, se ponían notas y se seguía adelante con cierta vergüenza profesional? Olvídelos. Hoy lo que se lleva es el espectáculo evaluativo. No se trata ya de comprobar si el alumno sabe algo, sino de que demuestre competencias performativas, autoafectivas y metalingüísticas mientras resuelve un problema de fracciones integradas en una situación de la vida cotidiana.

¿Ejemplo real? Ahí va uno:

“El alumno resuelve problemas matemáticos en contextos vitales significativos, identificando patrones lógico-afectivos en dinámicas colectivas orientadas a la sostenibilidad y la equidad.”

Se lo traduzco: sumar manzanas entre amigos sin ser machista.

La rúbrica como palimpsesto místico

He aquí el artefacto sagrado de la evaluación LOMLOE: la rúbrica. Una tabla. Un código. Una piedra de Rosetta pedagógica en la que cada célula es un jeroglífico.

Imaginemos que un niño escribe una redacción. Antes bastaba con ver si estaba bien escrita. Hoy, en cambio, debemos aplicar esta rúbrica:

Y luego me preguntan por qué bebo café con lágrimas.

¿Criterios o literatura fantástica?

La LOMLOE propone “criterios de evaluación” que no evalúan, sino que narran. Uno de mis favoritos es este:

“Establecer relaciones de causa y efecto en fenómenos sociales, valorando el papel de las emociones en los discursos narrativos propios y ajenos con actitud crítica, empática y comprometida.”

¿Debo deducir que cuando un niño dice “me he enfadado porque Marta me quitó el balón” está ejerciendo pensamiento crítico-emocional con enfoque dialógico?

La coevaluación como comedia involuntaria

Otra joya del nuevo paradigma es la coevaluación: el arte de que los alumnos se corrijan entre ellos mientras el docente observa desde la grada, como un entrenador de esgrima ciego.

En mi última clase, tras una actividad de expresión oral, los alumnos debían evaluar a sus compañeros con un formulario tipo:

El resultado fue glorioso. Uno de ellos escribió:

“Me ha gustado mucho, pero no sé si ha sido receptivo porque estaba serio.”

En mi época, eso se llamaba estar concentrado. Hoy es falta de autoexpresión afectiva. Qué tiempos.

El absurdo metaevaluativo

No basta con evaluar. Hay que evaluar la evaluación. Así que ahora nos piden informes trimestrales de cómo ha funcionado la rúbrica, qué grado de motivación ha generado en el alumnado y qué impacto emocional ha tenido en la diversidad del grupo.

Una inspectora me preguntó:

“¿Qué prácticas evaluativas inclusivas y dialógicas está desarrollando para garantizar el desarrollo pleno de la competencia ciudadana?”

Le respondí con sinceridad:

“Estoy enseñando a sumar con calma y a escribir sin llorar. Es lo máximo que puedo garantizar sin montar una comuna pedagógica en la clase de matemáticas.”

Del suspenso a la narrativa resiliente

Y por supuesto, ya no se suspende. Se acompaña el proceso. El suspenso no existe; ahora se llama “nivel de logro no alcanzado”. Lo cual, reconozcámoslo, suena más a prueba deportiva olímpica que a dificultad real de aprendizaje.

“El alumno no ha alcanzado los resultados esperados, pero ha manifestado una actitud de superación personal que debe ser valorada.”

Esto en mi época equivalía a decir: “No sabe nada, pero se sienta bien en la silla.”
Y eso, al parecer, basta para aprobar con “apoyo personalizado y mirada apreciativa”.

Epílogo (con traje de etiqueta evaluadora)

Querido lector: el nuevo sistema de evaluación no mide lo que los niños saben, sino lo que los adultos quieren creer que están enseñando. Se construye sobre un palacio de eufemismos, un lenguaje que sustituye el contenido por intenciones y la objetividad por afecto bien redactado.

Yo, por mi parte, seguiré corrigiendo redacciones, enseñando a leer, contar y pensar con humildad y sentido común. Y cuando la próxima rúbrica me pida que evalúe si un niño ha integrado enfoques transculturales en su caligrafía, brindaré con mi taza de café pedagógico, miraré al cielo… y me acordaré de usted.

Salir de la versión móvil