Ya hace un tiempo que pasó por nuestro canal de youtube Manel Sanyudo, maestro de primaria y especialista en el tema de la pedagogía sistémica. Si aún no te has mirado esta charla, este es un buen momento para hacerlo, porque lo que nos desveló Manel en aquel encuentro aún me eriza los pelos del brazo cada vez que lo he revisionado. Y es que en este tema no solo nos hallamos ante una crítica imprescindible a la pseudociencia, sino a algo que esconde aspectos mucho más truculentos y preocupantes que una simple creencia en algo que, simplemente, no existe más allá de la imaginación de sus correligionarios.
En el mundo de la psicología y la educación abundan propuestas que prometen soluciones rápidas y transformadoras a problemas complejos. Algunas, basadas en evidencia, aportan avances valiosos. Otras, en cambio, se sostienen en intuiciones personales, en misticismo o en ideologías encubiertas. Entre estas últimas destaca la figura de Bert Hellinger, creador de las constelaciones familiares y fuente de inspiración de la llamada pedagogía sistémica.
El atractivo superficial de estas propuestas es innegable: hablan de amor, de vínculos, de energía familiar y de armonía. Sin embargo, un análisis crítico revela un trasfondo preocupante: pseudociencia, patriarcalismo, revictimización y dinámicas sectarias. Este artículo pretende desentrañar ese trasfondo y mostrar por qué las constelaciones y la pedagogía sistémica no deben tener cabida en un sistema educativo serio.
La biografía de Hellinger: del nazismo al esoterismo
Nacido en 1925 en Alemania, Bert Hellinger vivió de lleno la Segunda Guerra Mundial. Sirvió como soldado en el ejército nazi y, tras la contienda, ingresó en un seminario católico. Se ordenó sacerdote y fue enviado a Sudáfrica como misionero. Allí aprendió zulú, participó en rituales tribales y quedó fascinado por las formas de organización de aquellas comunidades.
Tiempo después abandonó el sacerdocio y se adentró en diversas corrientes psicoterapéuticas de moda en la segunda mitad del siglo XX: psicoanálisis, Gestalt, terapia primal, análisis transaccional, etc. Todas ellas tenían en común la falta de evidencia empírica sólida, y muchas han caído en el olvido. De esa mezcla ecléctica Hellinger elaboró su propio sistema: las constelaciones familiares.
Su biografía no es un mero detalle: explica el sincretismo que caracteriza su obra y también la carga ideológica conservadora y patriarcal que la impregna.
Las constelaciones familiares: magia disfrazada de terapia
Según Hellinger, la familia es un sistema energético en el que todos los miembros están conectados por lazos invisibles. Cuando alguno de esos lazos se rompe —porque un miembro es excluido, ignorado o deshonrado—, los descendientes heredan desequilibrios que se manifiestan en forma de enfermedades, traumas o problemas emocionales.
La solución sería “restaurar el orden natural” de la familia, un orden que él definió como “órdenes del amor”: jerarquías rígidas donde los que llegaron antes mandan sobre los que llegaron después, y donde la obediencia al padre y la sumisión de la mujer son incuestionables.
En una sesión, la persona que busca ayuda escoge a miembros del grupo para que representen a sus familiares. Los representantes se colocan en el espacio y, según Hellinger, entran en contacto con una energía misteriosa llamada “campo del conocimiento” que les hace sentir y expresar los conflictos ocultos del sistema familiar.
El terapeuta guía la dramatización hasta que, supuestamente, se revela la causa del malestar y se restaura el equilibrio. Todo ello sin pruebas, sin verificación, apoyado únicamente en sugestión, presión grupal y la autoridad del líder.
Más allá de lo pintoresco del método, las afirmaciones de Hellinger han sido profundamente inquietantes:
- Simpatía hacia Hitler, a quien consideraba también víctima de su familia.
- Justificación de abusos sexuales: defendía que perseguir judicialmente al agresor dañaba más a la víctima, pues rompía el vínculo “natural”.
- Homosexualidad como patología: atribuida a la influencia de tías solteras en el árbol genealógico.
- Sumisión femenina: en conflictos de pareja, la responsabilidad recaía casi siempre en la mujer.
- Transmisión mágica de enfermedades o destinos: una persona podía reproducir inconscientemente las dolencias de un antepasado excluido.
Estas posturas no solo son científicamente insostenibles, sino éticamente reprobables. Para más INRI, las constelaciones presentan elementos propios de una secta:
- El gurú (Hellinger o sus sucesores) se coloca como fuente de verdad incuestionable.
- Los participantes quedan emocionalmente vulnerables y dependientes.
- La terapia nunca acaba: siempre hay nudos que deshacer, siempre nuevos cursos o niveles de formación que pagar.
- Se desactiva la capacidad crítica: la culpa se atribuye a energías invisibles y a ancestros desconocidos.
En Alemania y otros países se han documentado casos de personas que, tras participar en constelaciones, han sufrido daños psicológicos severos o incluso se han suicidado.
La pedagogía sistémica: del consultorio al aula
Y llegamos a la escuela.
La llamada pedagogía sistémica es un derivado directo de las constelaciones familiares. Si la familia es un sistema regido por órdenes naturales, la escuela también puede entenderse así: el maestro manda, el alumno obedece, y la clave es restaurar armonía y vínculos energéticos.
El término “sistémica” recuerda a la Teoría General de Sistemas de Bertalanffy o a la teoría de sistemas complejos de Morin, ambas respetadas en el ámbito científico. Pero la pedagogía sistémica no tiene relación alguna: es un parasitismo terminológico que busca legitimidad mediante la confusión.
¿Y qué propone este sistema que se ponga en práctica?
- Dar centralidad absoluta a la familia en la vida escolar.
- Reforzar jerarquías: el profesor como figura de autoridad incuestionable.
- Minimizar el pensamiento crítico y la autonomía del alumnado en favor de la obediencia y el “amor”.
- Introducir dinámicas de constelaciones en la formación docente y en las aulas.
Nos encontramos delante de pseudociencia pura y con una capacidad grande para un daño potencial.
Las constelaciones y la pedagogía sistémica carecen de cualquier respaldo empírico. Sus conceptos clave (“energía”, “campo del conocimiento”, “órdenes del amor”) no tienen definición ni operatividad científica.
Más grave aún es el riesgo que representan:
- Revictimización: obligar a víctimas de abusos a pedir perdón a sus agresores.
- Machismo institucionalizado: culpabilización sistemática de la mujer.
- Normalización de crímenes: incesto o violencia reinterpretados como “necesidades energéticas”.
- Dependencia emocional y económica: dinámicas propias de sectas.
El uso del término “pedagogía” y la presencia de cursos avalados por universidades y gobiernos dan a estas prácticas una apariencia de legitimidad que confunde a docentes y centros.
Frente a las constelaciones, la investigación seria en psicología y pedagogía nos habla de:
- Importancia del vínculo afectivo, sí, pero entendido desde la teoría del apego y la neurociencia, no desde energías invisibles.
- Factores sociales y económicos como causas de muchos problemas escolares, no pecados ancestrales.
- Prácticas educativas basadas en evidencia, como el aprendizaje estructurado, la retroalimentación efectiva, la práctica espaciada, el trabajo cooperativo bien diseñado.
- Prevención y acompañamiento psicológico riguroso para traumas y abusos, nunca revictimización.
El peligro de la infiltración en educación
Lo más alarmante no es que existan gurús new age en el ámbito terapéutico. Lo preocupante es que la pedagogía sistémica se haya infiltrado en centros de formación docente y universidades. Cursos, talleres y másteres han legitimado estas prácticas bajo el marchamo académico.
Esto genera una paradoja: los mismos espacios que deberían formar a los futuros docentes en pensamiento crítico y en pedagogía basada en evidencias, acaban difundiendo ideologías sectarias.
La figura de Bert Hellinger y su pedagogía sistémica son un recordatorio de la facilidad con que discursos esotéricos, autoritarios y pseudocientíficos pueden disfrazarse de innovación educativa. No se trata solo de un error inocente: sus postulados tienen consecuencias sociales graves, pues justifican abusos, perpetúan el patriarcado y desactivan la capacidad crítica.
La educación, si quiere ser fiel a su misión emancipadora, debe mantenerse firme frente a estas corrientes. Eso significa reivindicar la pedagogía como ciencia, no como ritual; formar a los docentes en evidencia, no en esoterismo y, finalmente, denunciar abiertamente prácticas que vulneran la dignidad humana.