Un artículo de Belinda Haro, Albert Reverter y Lucas Vaquero
Hemos hablado hasta el momento de dos de los tres grandes retos que deben alcanzar nuestros alumnos para aprender a leer, esto es, que decodifiquen con facilidad y que entiendan lo que leen. Hay que recordar que estos dos aspectos van muy ligados entre sí, pues cuando los niños no adquieren ese proceso de «decodificación automatizada» tienen todos los recursos cognitivos enfocados a la tarea de asignar los sonidos a las letras, y por tanto no pueden emplearlos en comprender, porque hay una sobrecarga cognitiva en su memoria de trabajo. Pero todavía nos falta el último elemento de esa tríada, posiblemente el que da sentido a todo el proceso: que leer les guste y que este hecho forme parte de una de las actividades habituales en su vida.
Sabemos que a los niños les llaman los libros desde bien pequeños. Por desgracia, muchas investigaciones muestran que esa predisposición positiva a la lectura va perdiendo fuerza con los años, hasta convertirse en algunos casos en negatividad hacia ella. Si bien sabemos que el aprendizaje lector es un proceso de muchos años, una vez más debemos ir con cuidado con la afirmación de que los niños deben aprender a leer cuanto antes. Esto no solo alarga todavía más el proceso, sino que les va a exigir muchísimo más esfuerzo y por tanto puede facilitar esa negatividad hacia la lectura. “Empezar cuanto antes” es, en sentido positivo, trabajar el lenguaje oral, la conciencia fonémica y las actitudes desde pequeñitos, pero en ningún caso forzarlos a adquirir la conciencia fonética antes de que tengan una buena base en lo anterior.
Resulta curioso, aunque también lógico, que el foco en la motivación respecto al hecho de leer no se pone hasta que el niño ha aprendido a decodificar e, incluso entonces, la comprensión lectora tiene una predominancia en las preocupaciones de profesorado y familias en etapas como la primaria, especialmente a partir de ciclo medio. A todos, familias y profesorado, nos preocupa que los alumnos decodifiquen, nos preocupa que comprendan aquello que leen, pero… ¿se trabaja con el mismo ahínco el hábito lector? ¿Se lee por placer con asiduidad en casa y en clase? La motivación por leer es quizás la última cosa por la que nos preocupamos, quizás inducidos por el hecho de no saber muy bien cómo mejorarla más allá de darles ánimos.
Esperar a preocuparse por el gusto por la lectura después de haber adquirido la capacidad de decodificar y entender medianamente un texto es perder tiempo y ciertamente, contraproducente, pues no podemos actuar en modo reactivo cada vez que surja un problema, sino trabajar desde la prevención de éste. Dicho de otra manera, trabajamos el gusto por la lectura desde ya, al igual que incidimos en el lenguaje oral con las miras puestas en la decodificación, la adquisición de vocabulario y comprensión de años posteriores.
Y aquí viene un punto crucial en todo esto: mientras que en el colegio podemos marcar la diferencia en el aprendizaje de la lectura en sus vertientes de decodificación y de comprensión lectora, la parte de la motivación es algo en lo que la escuela, aun aportando su granito de arena, no es tan importante ni decisiva como lo son los padres para este factor: ellos tienen mucha más influencia y por tanto responsabilidad en esta parte del proceso.
Cómo incentivar la motivación: el autoconcepto como lector
Las dos recomendaciones para llevarlo a buen puerto son que leer nos divierta y que todo empiece desde ya (Willingham, 2016). Eso va a ayudar a crear en el niño una autoimagen positiva de él mismo como lector, un concepto que debe formar parte de su forma de ser desde pequeño. Esa autoimagen, por supuesto, debe crearse desde el placer de compartir con él esos momentos de lectura que le resulten gratos, por tanto, que experimente ese placer por sí mismo y el hecho de mirar cuentos, escuchar historias, compartir dudas a partir de lo que vemos o leemos con él, hacer preguntas al respecto, contestarlas, imaginar más allá de lo visto, sea un momento de juego y tiempo compartido diario (Baker, Shaw y Bell, 2000). Aquí resulta muy importante destacar la necesidad de los niños/as de tener desde etapas iniciales modelos lectores de referencia, es decir, que los niños tengan contacto con la literatura y que esos momentos de lectura estén guiados por modelos lectores que se conviertan en sus referentes. Hallar esos momentos, por ejemplo, antes de irse a la cama, es enormemente gratificante.
Por otra parte, crear los entornos físicos y de horarios idóneos será también crucial. Para ello, creamos una cultura de lectura en casa y dentro de la propia familia que puede consistir en:
– Tener un rincón especial en casa para leer.
– Un tiempo diario de 10-15 minutos donde todos los miembros de la familia se ponen a leer por su cuenta su propio libro, compartiendo espacio.
– Regalar siempre por cada cumpleaños, al menos, un libro. También es extensible a cualquier otro tipo de celebración que incluya regalos (día de Reyes, Navidad, Ratoncito Pérez, santos…).
– Visitar semanal o quincenalmente la biblioteca.
– Que el niño tenga su propia estantería de libros, dispuestos de manera frontal.
– Que el niño tenga su propia colección de libros, cómics o revistas.
– Visitar museos, exposiciones, leyendo las informaciones.
– Aprovechar la visita a los cines para leerles las sinopsis de algunas películas a partir de los carteles.
– Tener una cestita con libros en el lavabo o en la cocina, o en los dos sitios a la vez: rodea el entorno de tu hogar de lectura.
– Tener otra cesta de libros en el coche para los viajes.
– Ir a los restaurantes con una mochila repleta de cuentos.
– Ser un modelo de pasión por los libros y la cultura general.
– …
Aquí juega un papel decisivo un hecho que no podemos evitar: para casi cualquier niño cualquier oferta de diversión en forma de pantalla va a ser mucho más atractiva que la simple lectura de un libro. Es por ello que debemos convertir la lectura en la opción más atractiva, limitando el uso de pantallas en cuanto a tiempo y contenidos, así como evitar instalar televisores en su habitación o reproductores de vídeo en el coche. Vigilar y educar en ese apartado, en nuestra época actual, se ha vuelto imprescindible.
Cambios y adaptaciones
Entre los 7 y 8 años el autoconcepto de los niños se hace más complejo. Hasta ahora se creían ser especiales por saber hacer esto o aquello (Harter, 1999), pero la experiencia acumulada de estos años, junto a su maduración, les empieza a hacer conscientes de que pueden tener cualidades sin duda positivas, pero hay otras de las que carecen; la comparación con los otros es inevitable: este corre más que yo, yo soy más alto que ella, ella lee más rápido que yo…
Un alumno que no haya tenido buenas experiencias con la lectura en estos primeros años, no será un niño con un sentido de la autoeficacia alto como para estar motivado a leer. Desde la escuela, la opción no es otra que apostar por una alfabetización que tenga en cuenta todos los aspectos desgranados en los apartados anteriores de este monográfico, desde la conciencia fonológica y el principio alfabético, hasta las estrategias de comprensión, pasando por una ampliación de apuesta claramente cultural en el currículum que les proporcione un vasto vocabulario y conocimientos de hechos y conceptos sobre cultura general. Esa visión global, y basada en evidencia sólida sobre cómo aprendemos a leer, que tiene en cuenta todos esos factores, es el enfoque más beneficioso para intentar alcanzar la máxima eficacia en todo el proceso.
Por otra parte, las investigaciones al respecto muestran la importancia de un docente entusiasta en la lectura y el influjo positivo que ello provoca en el alumnado (Janiuk y Shanahan, 1988). Su modelaje, además de tener expectativas elevadas en el alumnado y creer que éste puede lograrlo, es crucial para la motivación de los niños.
También, a medida que nos adentramos en la primaria, las familias invierten su tiempo mayoritariamente en los aspectos más académicos que propone la escuela (estudia esta lección de historia, haz los deberes…) pero es imprescindible, en pos de la coherencia y de seguir haciendo las cosas lo mejor posible, que todos los hábitos lectores creados a lo largo de esos primeros años de vida no vean mermada su presencia en el día a día del niño. No solo eso, sino que es momento para aumentar las situaciones en que tu hijo pueda practicar más con ello, siempre con un objetivo en mente que debe guiar todas esas acciones: leer es una manera de entretenerse, no un trabajo.
– Escribe notas para tu hijo para que las lea en determinadas situaciones y/o lugares.
– Pídele que él haga lo mismo contigo.
– Haced una receta juntos leyendo los pasos.
– Apuntaros como socios de alguna revista que pueda resultar interesante o donde el hecho de ir a comprarla a la librería del barrio semanal, quincenal o mensualmente sea un día esperado.
– Hazle hacer la lista de la compra.
– Hazle hacer una lista de actividades de fin de semana (o entre semana).
– Escribir un diario.
– …
¿Y si les recompensamos?
A partir de ciertas edades podemos estar tentados de ofrecer recompensas a cambio de que el niño lea, pero esto puede llevar a un espejismo a corto plazo, esto es, que ese niño efectivamente lea porque está motivado por esa recompensa prometida. El problema es que esta estrategia no solo tiene un alcance muy limitado en el tiempo, sino que según las investigaciones, muchas veces acaba teniendo el efecto contrario a medio y largo plazo (Deci, Koestner y Ryan, 1999). El elogio en este caso, es mucho más pertinente, siempre que no caiga en dos errores que a veces se suelen cometer con él: que no sea sincero (con el riesgo de que el niño nos pille la mentira) o que intente ser controlador (“Lo has hecho tan bien que tienes que hacerlo todos los días”).
En la «Guía rápida de comprensión lectora», Juan Cruz Ripoll menciona que mejorar la motivación tiene un efecto pequeño o moderado en la comprensión lectora. Basándose en las propuestas de Guthrie y su equipo podemos destacar los siguientes factores que influyen en la motivación:
- Características del texto: debe ser adecuado en cuanto a dificultad, significativo y adaptado a sus conocimientos previos y conectado a sus intereses o a lo que están aprendiendo.
- Interacción social: fomentar discusiones y actividades colaborativas sobre la lectura.
- Autoeficacia: se establecen metas y objetivos que pueden lograr, se leen distintos textos de fuentes variadas sobre un mismo tema y durante varios días.
- Autonomía: permitir que los niños elijan algunos temas o libros después de una selección del adulto e incluso cómo abordar los textos.
Resumiendo:
- La motivación por la lectura tiene más que ver con el autoconcepto que el niño ha ido construyendo de sí mismo como lector, a partir de sus experiencias desde pequeño con la lectura (que pueden haber sido positivas o negativas), que cualquier actividad que montemos en clase “para motivarlos”.
- Apostar por una enseñanza de la lectura informada en la investigación científica aumenta las posibilidades de que estas experiencias sean razonables desde un punto de vista biológico, madurativo y pedagógico; añadir a eso la sistematización, ayudará a convertir el proceso en algo agradable y pone unos cimientos sólidos que, si se refuerzan y elaboran también desde casa, nos acercan más al éxito y al ideal que perseguimos para la competencia lectora de nuestro alumnado.