UNA CIENCIA DE LA EDUCACIÓN INFORMADA EVOLUTIVAMENTE

¿Por qué algunos aprendizajes nos resultan tan naturales y otros tan difíciles? ¿Por qué los niños aprenden a hablar sin esfuerzo, pero necesitan años para leer o multiplicar? En su influyente artículo An Evolutionarily Informed Education Science, David C. Geary propone una respuesta provocadora: la educación moderna desafía los límites de nuestra biología. Nacimos para sobrevivir, no para estudiar. Comprender esa tensión entre lo que la evolución preparó y lo que la cultura exige es clave para construir una enseñanza más eficaz, basada en cómo realmente aprende el cerebro humano. En este texto, exploramos las ideas esenciales de Geary y sus implicaciones para una educación informada por la ciencia y compatible con nuestra naturaleza.

David C. Geary plantea una pregunta central: ¿por qué resulta tan difícil para muchos niños aprender en la escuela contenidos como matemáticas o lectura, cuando aprenden de forma natural a hablar o a interactuar socialmente? Su tesis es que la escuela exige dominar conocimientos evolutivamente novedosos —que no existieron durante la mayor parte de la historia humana—, mientras que nuestra mente está adaptada para aprender habilidades biológicamente primarias como el lenguaje oral o la cognición social.

Desde esta perspectiva, la educación debería entenderse como un proceso cultural que intenta superar los límites de nuestra evolución. Las escuelas, dice Geary, son la interfaz entre la evolución y la cultura: un lugar donde la biología se encuentra con la civilización. Comprender las raíces evolutivas del aprendizaje puede, por tanto, ayudar a diseñar una ciencia educativa más sólida.

Geary distingue entre dos tipos de aprendizaje:

  1. Aprendizaje biológicamente primario: habilidades que los humanos desarrollan de manera espontánea, sin instrucción formal, porque fueron adaptativas para la supervivencia. Ejemplos: lenguaje oral, reconocimiento de rostros, juego, cooperación, navegación social, razonamiento intuitivo sobre objetos o seres vivos.
  2. Aprendizaje biológicamente secundario: habilidades culturalmente recientes que requieren instrucción y esfuerzo deliberado. Ejemplos: lectura, escritura, aritmética, ciencia, educación formal.

Los niños están motivados de forma natural hacia los aprendizajes primarios, pero no hacia los secundarios, ya que estos no existían en el entorno ancestral. De ahí la necesidad de una enseñanza explícita, estructurada y apoyada en la motivación extrínseca o en mecanismos culturales que sustituyan a la motivación biológica.

La mente humana evolucionó para procesar información relevante para la supervivencia y la reproducción: identificar depredadores, interpretar emociones, formar alianzas, comprender intenciones. El cerebro, por tanto, es un órgano adaptativo diseñado para aprender ciertas cosas con facilidad y otras con gran dificultad.

Geary explica que las presiones evolutivas sociales —la necesidad de cooperar, competir y comunicarse— moldearon funciones cognitivas como la atención conjunta, la teoría de la mente y la memoria social. La inteligencia general (g) sería una extensión de estas capacidades, permitiendo resolver problemas nuevos en contextos cambiantes. Sin embargo, esa inteligencia no garantiza el aprendizaje escolar, porque la escuela introduce contenidos culturalmente arbitrarios (por ejemplo, álgebra o sintaxis escrita) que no apelan a mecanismos naturales.

La educación como fenómeno evolutivo-cultural

Las culturas humanas acumulan conocimientos de forma colectiva y los transmiten mediante la educación. Pero el salto entre lo que la mente está preparada para aprender (primario) y lo que la cultura exige (secundario) genera una brecha evolutiva.

Las escuelas se crearon precisamente para cerrar esa brecha. Su función es proporcionar entornos donde los niños puedan dominar información que no forma parte del repertorio evolutivo natural. Por eso, la escuela requiere enseñanza explícita, práctica guiada, andamiaje y repetición, elementos que compensan la falta de predisposición natural hacia esos aprendizajes.

Uno de los grandes retos es que los sistemas motivacionales de los niños evolucionaron para recompensar la curiosidad social, el juego y la exploración física, no para el estudio académico. Aprender a cazar o a hablar ofrecía recompensas intrínsecas inmediatas; aprender álgebra, no.

Geary propone comprender la motivación escolar como un problema de desajuste evolutivo: la escuela moderna exige sostener la atención, el autocontrol y la perseverancia en tareas culturalmente complejas y poco gratificantes a corto plazo. De ahí la importancia de construir entornos estructurados, con metas claras y retroalimentación frecuente, que activen los circuitos motivacionales mediante recompensas simbólicas o sociales.

La enseñanza eficaz, según esta visión, debe convertir el aprendizaje secundario en primario, es decir, transformarlo en algo que el cerebro perciba como significativo, relevante o emocionalmente valioso.

La psicología educativa evolutiva

Geary desarrolla un marco que denomina psicología educativa evolutiva, centrado en tres pilares:

  1. Bases cognitivas: los mecanismos mentales especializados (por ejemplo, módulos para el lenguaje o la cognición numérica).
  2. Bases motivacionales: los sistemas de recompensa y de interés que dirigen la atención hacia ciertos tipos de información.
  3. Bases del desarrollo: la secuencia natural mediante la cual los niños adquieren habilidades a lo largo del crecimiento.

El objetivo es construir hipótesis testables sobre cómo estos sistemas interactúan con la instrucción formal. Por ejemplo, cómo se transfiere el conocimiento biológicamente primario (como el lenguaje oral) al dominio secundario (como la lectura o la sintaxis escrita).

La evolución no determinó una única forma de aprender, sino una capacidad general de plasticidad: podemos adquirir nuevas habilidades cuando el entorno cultural lo requiere. Sin embargo, esa plasticidad tiene límites. Los niños no pueden aprender cualquier cosa de cualquier modo; su aprendizaje se apoya en sesgos atencionales y motivacionales heredados.

Por ejemplo:

  • Los bebés muestran atención preferente hacia rostros y voces humanas.
  • Los niños pequeños clasifican espontáneamente los objetos como “animados” o “inanimados”.
  • Existe una intuición numérica básica (subitización) que sirve como base para el aprendizaje matemático formal.

a enseñanza eficaz debería aprovechar esos sesgos como punto de partida para construir aprendizajes más complejos. Intentar ignorarlos —por ejemplo, mediante pedagogías excesivamente abiertas o desestructuradas— genera fracasos porque contradice la arquitectura cognitiva.

Implicaciones para la enseñanza

Geary sugiere tres grandes líneas de acción educativa:

  1. Adaptar la instrucción a la arquitectura cognitiva: enseñar de forma explícita, secuenciada y acumulativa. Los métodos deben reducir la carga cognitiva y guiar la atención hacia los elementos relevantes.
  2. Conectar la motivación con el contenido: vincular el aprendizaje académico a intereses naturales (sociales, narrativos, competitivos, cooperativos). Por ejemplo, introducir las matemáticas mediante problemas sociales o juegos con reglas.
  3. Respetar el desarrollo evolutivo: no esperar de los niños comportamientos o niveles de abstracción que su maduración cognitiva aún no permite.

Geary critica la idea de que “aprender jugando” o “descubriendo por sí mismo” sea universalmente eficaz. Esas estrategias funcionan en aprendizajes primarios, pero no en secundarios. En estos últimos, los alumnos necesitan instrucción guiada, feedback correctivo y práctica deliberada.

La evolución también explica la diversidad en las habilidades cognitivas. Existen diferencias individuales en inteligencia general, memoria de trabajo, atención y velocidad de procesamiento, todas con bases biológicas parcialmente heredables. Pretender que todos los niños aprendan igual o al mismo ritmo es, por tanto, una ilusión pedagógica. La escuela debería diseñar entornos adaptativos, donde los alumnos con mayores dificultades reciban más apoyo estructurado y repetición, mientras que los más capaces puedan avanzar más rápidamente. Negar las diferencias individuales lleva a modelos ineficaces o injustos.

El aprendizaje escolar también cumple una función evolutiva social: permite integrar a los individuos en una red de cooperación compleja basada en símbolos, lenguaje y normas compartidas. La educación, al transmitir la cultura acumulada, amplía la capacidad del grupo para resolver problemas y adaptarse a entornos cambiantes. Por eso, Geary sostiene que la educación no solo forma individuos, sino que sirve a la supervivencia cultural de la especie. Una educación evolutivamente informada puede entenderse como una continuación del proceso adaptativo humano, que traslada el aprendizaje del entorno natural al entorno cultural.

El papel de la inteligencia general (g)

Geary retoma el concepto de inteligencia general (g) como un mecanismo que permite aplicar conocimientos en contextos nuevos. Aunque g tiene una fuerte base genética, su desarrollo depende de la interacción con la cultura y la educación.

La inteligencia general facilita la adquisición de aprendizajes secundarios, pero no los sustituye. De hecho, los contenidos culturales (como la lectura o las matemáticas) retroalimentan y expanden la inteligencia misma, en un proceso circular: cuanto más se aprende, más se puede aprender.

La cultura, una vez creada, se convierte en un agente evolutivo. A lo largo de milenios, las prácticas educativas y los entornos culturales han moldeado el cerebro humano mediante selección gene-cultural. Las sociedades alfabetizadas, por ejemplo, muestran diferencias cerebrales medibles respecto a las no alfabetizadas. Así, la educación no es solo transmisión de conocimiento, sino co-evolución cultural y biológica. La enseñanza formal, al consolidar aprendizajes secundarios, amplía la mente humana más allá de sus límites originales.

De la teoría a la práctica educativa

Geary concluye que una ciencia educativa informada evolutivamente debería:

  • Formular hipótesis verificables sobre los mecanismos de aprendizaje y motivación.
  • Evitar pedagogías basadas en modas o intuiciones no contrastadas.
  • Integrar hallazgos de neurociencia, psicología cognitiva y biología evolutiva.
  • Diseñar entornos instruccionales que alineen las disposiciones naturales con los objetivos culturales.

Por ejemplo:

  • Utilizar narrativas (una forma de aprendizaje primario) para enseñar historia o ciencia.
  • Apoyarse en la interacción social para reforzar la cooperación y la competencia académica.
  • Descomponer tareas complejas en pasos manejables, con práctica guiada y andamiaje.

El desajuste entre la motivación natural y la escolar no se resuelve eliminando la estructura, sino reencuadrando la escuela como un entorno culturalmente significativo. Los estudiantes aprenden mejor cuando perciben que el esfuerzo académico tiene valor social o personal: contribuir al grupo, lograr estatus, demostrar competencia.

Geary sugiere aprovechar estos mecanismos —estatus, pertenencia, reconocimiento— como motores motivacionales. En otras palabras, usar la biología a favor de la educación, no en su contra.

El mensaje final de Geary es claro: una educación eficaz debe respetar la naturaleza humana. La mente evolucionó para aprender, pero no para aprender cualquier cosa. Enseñar sin tener en cuenta esa arquitectura —ignorando la carga cognitiva, la secuencia de desarrollo o las diferencias individuales— conduce a la frustración tanto del alumno como del maestro.

Una ciencia de la educación informada evolutivamente busca integrar biología y pedagogía. No se trata de reducir la enseñanza a instintos, sino de comprenderlos para superarlos. Como resume el autor, “educar la mente evolucionada” significa entender sus limitaciones para poder ampliarlas mediante la cultura.

La propuesta de Geary anticipa muchas líneas de investigación que hoy sustentan la educación basada en la evidencia:

  • La teoría de la carga cognitiva (Sweller) como marco para enseñar contenidos secundarios.
  • El énfasis en la instrucción explícita y secuenciada frente a métodos de descubrimiento.
  • La consideración del autocontrol y la disciplina como predictores del éxito académico (Duckworth y Seligman).
  • La importancia de los andamios culturales para transformar la motivación biológica en esfuerzo sostenido.

Leída desde el presente, la obra de Geary ofrece una puente conceptual entre la psicología evolutiva y la pedagogía científica. Nos recuerda que enseñar no es solo transmitir información, sino reconfigurar una mente moldeada por millones de años de evolución para que pueda manejar símbolos, teorías y abstracciones que nuestra especie inventó hace apenas unos siglos.

El artículo termina con una pregunta retórica: ¿podrán encontrarse alguna vez las predisposiciones evolutivas de los niños y las exigencias de la educación moderna? Geary cree que sí, pero solo si comprendemos profundamente qué quiere decir enseñar a un cerebro diseñado para sobrevivir, no para estudiar.

La clave, dice, es transformar lo culturalmente arbitrario en cognitivamente significativo: usar el juego, la narrativa, la cooperación y la curiosidad —rasgos antiguos— para sostener aprendizajes nuevos. Cuando la escuela logra eso, la biología y la cultura dejan de estar enfrentadas y se convierten en aliadas en el proyecto humano de aprender.

Autor original: David C. Geary (2008), “An Evolutionarily Informed Education Science”, Educational Psychologist, 43(4), 179–195.
Versión adaptada y comentada para McGuffin Educativo por Albert Reverter.

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