
Héctor Ruiz Martín lo ha vuelto a hacer. No contento con la riada de libros que deben formar parte de toda biblioteca docente, de la cual él es el responsable por autoría, decidió, hace ya más de un año y medio, recabar toda la bibliografía informada en la evidencia científica sobre cómo aprendemos a leer para escribir su flamante nuevo libro «¿Cómo aprendemos a leer? Y cómo enseñar a leer según la ciencia».
La primera buena impresión me la llevé al ver el esqueleto que en el sumario se dibujaba: allí se encontraban, como no podía ser de otra manera, los elementos e ingredientes que no pueden faltar en un proceso tan vital para el desempeño de las capacidades de nuestro alumnado como el que se describe. Conceptos previos: nuestras queridas memoria de trabajo y memoria a largo plazo, así como la motivación. Un repaso imprescindible para ir marcando el terreno de juego y los límites de este. Una vez trazadas las líneas de banda y el centro del campo, empieza el apasionante partido.
Habilidades fonológicas como prerrequisito imprescindible para lo que será más adelante el principio alfabético y la descodificación fonológica. Un precioso campo que, a la luz de trabajos tan indispensables como los de Juan Cruz Ripoll, Julián Palazón, Gracia Jiménez o Belinda Haro, huye del sambenito de aburrido y poco comprensivo. Uno se pregunta en qué momento parte de la escuela dejó de considerar este punto como crucial y nuclear en el trabajo diario de infantil e incluso ciclo inicial, aunque no hace falta perder el tiempo llorando por la leche derramada. Héctor Ruiz nos la vuelve a dispensar, bien pasteurizada y a prueba de gérmenes (entiéndase ideas pseudocientíficas) que nos la agrien de nuevo.
La vocación del autor, una vez más, por hacer divulgación que llegue a cuanta más gente posible, pero sin perder el rigor científico, es marca de la casa. Y la causa lo merece. Esta «Guia para docentes» consigue justamente eso: servir de guia para trazar un plan sistemático, coherente y eficaz para el aprendizaje lector en cualquier claustro de infantil y primaria que se marque como objetivo mejorar la competencia lectora de sus alumnos.
Seguimos pues con la adquisición del vocabulario, uno de los grandes objetivos que cuesta más de acotar a la hora de construirlo, pero que al mismo tiempo influye tan decisivamente en la competencia de la comprensión lectora. De allí, se hace el salto al conocimiento del lector, o cultura general, como ingrediente imprescindible para esa comprensión.
La siguiente parada es la fluidez lectora, no circunscrita solamente al aspecto de la velocidad lectora, sino añadiendo los componentes de la precisión y la prosodia como parte imprescindible si queremos evaluarla debidamente. Esa fluidez también hay que trabajarla a la búsqueda de lo que en el libro se destaca como descodificación por via léxica, que vendría a ser lo más parecido a la lectura de tipo global, la de reconocer la palabra inmediatamente sin recurrir a la descodificación fonológica.
Por supuesto, hay espacio para hablar del gusto por la lectura y cómo podemos intentar fomentarlo, ya sea desde casa como desde la escuela (aunque la primera tiene un papel decisivo en este punto): facilitar el acceso a las lecturas, permitir que los propios alumnos las escojan, modelar la lectura, evitar recompensas extrínsecas, implicar a las familias… Pero quizás la idea más hermosa y defendible de todo este listado es la siguiente: si queremos fomentar el gusto por la lectura a nuestros estudiantes, contar con todos estos ingredientes (y aquí incluiríamos también la enseñanza de las estrategias de comprensión lectora) es la manera más eficaz de garantizar el éxito para la mayoría de los niños y niñas que estén en ese proceso. Ese éxito es el mejor garante para la motivación.
Creo honestamente que, más allá de su labor divulgativa como investigador, Héctor Ruiz nos deja entrever en este libro al profesor que una vez fue y que en el fondo sigue siendo. Todo lo que explica está apegado a aulas que existen, reales, o que pueden hacerse realidad. Huye de los brindis al sol y encara el laborioso pero apasionante trabajo de trasladar con ejercicios comprobados, sencillos y auténticos las recomendaciones y sugerencias que de la investigación se derivan.
En este punto hace una apuesta clara y argumentada por la evaluación formativa como base para la mejora del proceso lector de los estudiantes y desgrana con habilidad quirúrgica los diferentes aspectos que debemos ir midiendo para controlar el proceso y hacer las rectificaciones o dar los apoyos pertinentes.
Todo esto es un menú exquisito que es el preliminar al final de fiesta que propone el libro: todo un compendio de mitos y falsas creencias ligadas a la lectura, con especial hincapié a explicar qué es y qué no es la dislexia, como problema principal en el aprendizaje lector. Podría ser perfectamente un añadido a la excelente obra anterior del autor, «Edumitos» y un aviso a navegantes: no podemos bajar los brazos ni desfallecer en la lucha diaria a la que nos reta la pseudociencia y que afecta a las diferentes disciplinas humanas; por desgracia, también la pedagogía, igual que la historia, la medicina o tantas otras, tiene sus «muertos vivientes» (esos mitos que se resisten a desparecer) como tan bien los define Juan Fernández.
En definitiva, el libro de Héctor Ruíz Martín se convierte de manera automática en referente una vez más, en este caso, de uno de los procesos más bellos y emocionantes de cuantos podamos conseguir alcanzar como docentes: que nuestros alumnos lean y encuentren en la lectura el placer, el conocimiento y la belleza que tanto encierra. Placer, conocimiento y belleza como el que hemos encontrado en esta obra.
